MIRAR SEN QUE NADA RESPONDA. (Mirar sin que nada responda.)
2006, España / Inglaterra, DVD, vídeo instalación de dos canales, color, sonido, 3’ 30’’.
Intérpretes: Armand Arce, Gregg Boxall, Mark Ellis, Alain Haddad. Cámara: Xoán Anleo. Edición: Roberto Martín Gálvez. Colaboración: Jorge Quintana Localización: Londres. Estreno: Xoán Anleo. Mirar sen que nada responda, Galería Ad Hoc, Vigo, 2007.
En tiempos de inestabilidad como los actuales, se vislumbra un profundo cambio en la sociedad postcapitalista, que altera los campos gravitatorios de las relaciones humanas. Una necesidad de encontrar una identidad propia, redefiniendo constantemente el territorio, el espacio personal y las relaciones. La comunicación se ve sometida a una modificación y sedimentación constantes.
La cuidad se convierte en un escenario metonímico de los conflictos de sus ciudadanos. La estructura social se apoya fundamentalmente en lo económico, con unas relaciones políticas e ideológicas complejas encaminadas sutilmente a generar estereotipos, instrumentalizar las emociones, y a trucar cualquier proceso de metamorfosis.
Las imágenes testimonian a los individuos como figuras hieráticas, carentes por tanto de cualquier lenguaje gestual, como representaciones simbólicas de la tensión contenida en la relación del sujeto con el entorno. La ausencia de lenguaje apunta a la perdida de la memoria individual y colectiva. Sobre un fondo de escenarios urbanos se refleja la realidad circundante como una atmósfera claustrofóbica y opresiva en la cual emerge la introspección individual proyectándose al exterior. La vida corroída por la cotidianeidad se registra y visualiza a la manera de una cartografía: un mapa abierto dispuesto a mostrar la fractura entre el sujeto y los demás, entre el sujeto y el espacio que le contiene.
El hombre se convierte en un fantasma inverosímil para el cual el tiempo se convierte en algo inmaterial, eterno que fluye sin tregua, sin posibilidad de encontrar un punto referencial al que asirse. Se ve obligado a explorar los límites de la individualidad, generando un conflicto entre su intimidad con el espacio que lo rodea. Este lugar de intercambio lo pone al borde del abismo, lo somete a un fuerte desasosiego, llevándole a evadirse de la realidad, un naufrago a la búsqueda de su propia identidad y trascendencia. Solo si es capaz de mantener un distanciamiento crítico con respecto a la sociedad, liberándose del miedo psicológico a perder la identidad propia en la búsqueda de respuestas válidas; podrá recuperar la dimensión ética y la autenticidad emocional.